
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
De apagón en apagón
El mundo de ayer
Hace muchos años vi el futuro en un banco. Un hombre muy mayor, lo suficientemente viejo como para vestir en la ciudad como hacen los viejos en los pueblos, con holgadas camisas de manga corta, pantalones de pinza gris marengo, alpargatas oscuras, tal vez una boina o un bastón, introducía con cuidado su cartilla en una máquina gorda y silenciosa, y la máquina la escupía de vuelta, sin un lo siento o un porqué, y el hombre viejo, muy viejo, tan viejo como para sentirse fuera de lugar en una oficina bancaria, miraba a los lados, a la cola inmóvil de ventanilla, a los empleados escondidos detrás de sus monitores frente a sillas vacías, esperando tal vez que alguien le explicara por qué se había prescindido de algo tan sencillo y natural como hablar con alguien, porque hablando se entiende la gente y preguntando se llega a Roma. Que alguien le dijera quién o qué había decidido sustituir la lengua humana por el sueño eterno de la máquina. ¿Acaso si alguien pincha a una máquina, la máquina sangra?
El hombre supo entonces que estaba más solo, o que el mundo había dado un paso al frente sin avisarle, y ese desajuste no sería el único. Todo cambia, sí, pero nunca lo hizo tan rápido, o tal vez sólo algunas cosas lo hacían, mientras que otras permanecían en su sitio, agradables refugios para los nostálgicos y los lentos y los torpes.
El hombre no sabe quién es Sam Altman, pero yo se lo digo. Es el dueño de OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, y hace unos días Altman contaba que los jóvenes están empezando a tomar decisiones basándose en sus consultas a esta herramienta. Decisiones. Caminos. La misma vida. Y me acuerdo del hombre viejo de la cartilla y de mis padres, quienes saben instalar lámparas, pintar paredes, hacer la cena, cuidar a sus hijos, comprometerse.
A la hora de desenvolverme en la vida, muchas veces mis padres son Google o Youtube. Nunca le he preguntado a los míos cómo se hace algo, y es cada vez menos probable que lo haga. Me ha sido más cómodo teclear “¿Cómo se cuece un huevo?”, “¿Cómo se anuda una corbata?”. Las guías y los tutoriales han sustituido a esas conversaciones muchas veces complicadas, y cada vez te resulta más normal pensar que no tienes nada que decirle a los tuyos. Y un día, cuando sea tarde, te darás cuenta de que, mientras inclinabas el cuello y cerrabas la boca, te quedaste sin tuyos.
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