EDITORIAL
El calor y sus efectos
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España ha padecido la primera ola de calor del verano. Un potente anticiclón procedente de las tórridas latitudes del continente africano ha aprisionado a la península, llevando a niveles sofocantes el termómetro. Aunque el pico más extremo ha pasado ya, la Agencias Estatal de Meteorología prevé que las temperaturas máximas rozando los cuarenta grados y las mínimas sobre los veinte van a permanecer en amplias zonas del Valle del Guadalquivir varios días más. Calor siempre ha hecho en verano, pero las cotas a las que están llegando las temperaturas en los últimos lustros son la evidencia del progresivo calentamiento del planeta en marcha. Que el municipio onubense de El Granado batiera el registro máximo de un termómetro español en un mes de junio no es un enunciado que responda al ámbito de la ideología sino al de los datos. El hito de los 46 grados del pueblo del Andévalo ha desbancado la plusmarca de 45,2 que marcó Sevilla en 1965. No es el primer máximo. Los diez mayores registros del mercurio en Andalucía se han producido en el siglo XXI y varios de ellos han ocurrido en los diez últimos años. Sobre este imparable proceso de calentamiento gradual caben múltiples reflexiones. Aparte de los necesarios cuidados para la salud que todos hemos de atender, sobre todo en las edades más avanzadas, es pertinente llamar la atención sobre el aspecto social, la situación de quienes más sufren estos episodios de torridez cada vez más frecuentes y cada vez más intensos. Porque hay familias cuyas rentas no les permiten la adecuada climatización del hogar. Cobra importancia la adopción de más políticas dirigidas a la rehabilitación de las viviendas, la creación de zonas verdes, la plantación de arboledas y la habilitación de los llamados refugios climáticos. El calor ha sido una constante del verano y lo seguirá siendo, pero con mayor intensidad y con efectos cada vez más preocupantes.
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